MENTE FRÍA,CORAZÓN CALIENTE

Conozco a una mujer estupenda, con un físico impresionante a sus casi cincuenta años, dos hijos guapísimos y un marido que no está nada mal. Son la familia perfecta, aparentemente. Lo cierto es que ella tiene un amante, hace ya dos años. Dos días a la semana se ven en un hotel, él es un compañero de trabajo, pero tiene bien claro que es sólo sexo y no aspira a nada más. Lleva junto a su marido desde los quince años, es decir treinta años con la misma persona y nunca ha pensado en cambiar de forma de vida, considera que la pasión de los primerizos la obtiene mediante esos encuentros clandestinos en los que sus hormonas se liberan sin sentimiento alguno que medie. Sentadas en la terraza, la observaba con admiración, si, es admirable. Sin pretender hacer apología de la infidelidad, allá cada uno con su vida, me pregunto cómo se hace eso, separar de esa forma tan racional lo que a otras personas les provoca insomnio y remordimientos de conciencia. Ella no está dipuesta a tirar por la borda la estabilidad y el amor de su marido al que tanto ama. Lo ama si, parece cínico, pero yo la creo. Con él tiene ese vínculo, ese lazo ya soldado por el paso del tiempo, por los múltiples buenos y malos momentos pasados, una amistad forjada y un amor reconvertido en camaradería que ha dejado de renacer en amantes deseosos de tocarse. Ni siquiera piensa en cambiar. Mientras, observamos el horizonte y caemos en la cuenta de las familias que hay en la playa, los niños juegan con sus cubos y palas, los padres miran cada uno hacia un lado, no se miran, no se hablan, cada uno vive en su silencio. Ella observa para más tarde dejar su mirada perdida, las olas la recogen mientras acaricia su alianza.