LA NIÑA BIEN

No soporto a mis padres, no aguanto sus gritos e insultos. Llego a casa y me encierro en la habitación. La he decorado con duendes y fotos de Sid Vicious. Mientras ellos pelean subo el volumen y canto con él “ I´m an antricrist”, me pone mucho el cantante de Sex Pistols. Cuanto más gritan más fuerte canto yo. Ellos no se dan cuenta porque están sumergidos en su mundo de rencores y desprecios, así que mi casa acaba convirtiéndose en una jaula de grillos. Hoy mi madre ha entrado en mi habitación y me ha dado la noticia. Me mandan a Irlanda un año, a un colegio de esos pijos, a un internado en el que encima tengo que llevar uniforme. Dice que es por mi bien. Mi madre es una cabrona, ellos lo que quieren es deshacerse de mí. Llegué hace dos semanas al colegio. Paso de todos, quiero volver a España. Quiero joder a mis padres y voy a hacer todo lo posible para que me expulsen. Ayer le pegué una compresa en la espalda a mi profesor de religión. Toda la clase se reía y yo más pensando que esa sería la guinda del pastel que provocaría mi vuelta, pero no. Sólo he conseguido que me abrieran expediente y llamaran a mi familia contándoles lo ocurrido. Tendré que esmerarme más. Es un colegio católico. Me he cagado en Cristo, en la Virgen María y en la Santísima Trinidad, a ver si colaba. Ha colado. Vuelvo a España sólo por dos semanas, de momento. Regreso a mi habitación, los duendes me sonríen, se alegran de verme. He llamado a mi amigo el Tribi para salir y por fin me he desfogado. Litrona y cigarrito de la risa en mano, me lo he pasado en grande. El Tribi me aprecia, noto que le molo. Tanto es así que me dio a probar algo que me ha dejado flipada durante horas. Es un feeling irrepetible, cada día la sensación es diferente. Mientras hoy iba con mi amiga Marta en el autobús, nos mirábamos las manos como intentando adivinar el futuro que nos deparaba. Yo lo he visto claro, hasta los veinte años. Marta me ha mirado sorprendida a la vez que en tono jocoso se ha referido a mí como algo irónica y autodestructiva,- cómo te gusta dar la nota, chiqui-, lo que ella no sabe es que estoy convencida de ello, no llegaré a más. Me despedí de ella con el abrazo de siempre prometiendo que la llamaría al día siguiente. Ella me miró sin presentir nada. – Esta noche salgo con un colega- . Al día siguiente, la exagerada calma que se percibía era sospechosa de un mal augurio. Lo cierto es que no llame a Marta, fue mi madre quien se encargó de ello.

Esa noche, me acosté cansada, mezcla de sustancias diversas y alcohol. Entré en un profundo sueño del que jamás desperté. Adiviné mi porvenir, hasta los veinte años.