DE MUJERES FUJITSU Y AMEBAS

Hay días en los que a una le gustaría ser una mujer fujitsu. Las razones por las que lo he bautizado así, se deben evidentemente al eslogan del anuncio del aire acondicionado,” no se oye, pero si no está se echa de menos”. Me explico, hay días en los que una debería tener la boca cerrada, ya no por prudencia sino más bien por elegancia. Días en los que te encuentras en situaciones que reafirman tu opinión de que el mundo está plagado de gilipollas. Hay veces que no hace falta hablar y que con una mirada le puedes decir que te acuerdas de toda su familia. No soporto la mala educación, me violenta, me irrita, me pone enferma. Un amigo mío me suele decir siempre que prefiere antes a, y perdonen la expresión “un hijo de puta listo que a un maleducado, pues al menos del primero siempre se aprende algo”. Será verdad lo que dice mi amigo. Cuando en una cena de trabajo en la que no tienes más remedio que mantener la compostura tienes que oír comentarios como – lo cierto es que desde que las mujeres trabajáis el mundo se ha desbocado, lo queréis abarcar todo y no se puede criar hijos y tener tantas responsabilidades laborales- palabras textuales, a una le dan ganas de estamparle la ensalada en toda esa cabeza canosa y engominada de nuevo rico, de empresario inculto que ha hecho dinero y que te perdona la vida. Su mujer le acompañaba, ella no dijo nada, sonrío y le agarró del brazo con aire maternal, cual madre que sonríe a su hijo por esa travesura sin importancia. No hizo comentario alguno. En esa mesa éramos diez personas, de las cuales cuatro éramos mujeres, dos de ellas directivas de una institución pública del Estado, casada y con dos hijos y divorciada y con un hijo respectivamente. . Callé pero hablé con la mirada, lo mismo hicieron ellas. Me dio pena su mujer, o el rol que estaba desempañando, el de florero, el de ameba como suelo decir. A nosotras no se nos oyó pero estoy segura de que si no hubiéramos estado se nos hubiera echado de menos. En algunas ocasiones la mejor palabra y las más hiriente es el silencio, la indiferencia.